Arguedas | Testimonio literario

14/06/2020 at 6:49 pm

El 24 de setiembre de 1966, el escritor, antropólogo y etnólogo José María Arguedas, ante un grupo de jóvenes, participó en un ciclo de conferencias en la Universidad Federico Villareal relacionadas a las motivaciones de los escritores en la creación de sus respectivas obras, las cuales él comprendió como “Testimonios literarios”.

Les quiero hablar con franqueza qué he visto en la literatura de la generación posterior a la mía”:

Sobre Vargas Llosa

“Un novelista genial como Mario Vargas Llosa que yo creo que quizá es el novelista más extraordinario que ha dado América Latina, novelista de quien he recibido los elogios más generosos, pero ¿qué he leído en La Ciudad y los Perros? Una imagen amarga, escéptica del mundo de la gente. ¿Quién es el héroe que ofrece algo positivo en La Ciudad y los perros? Es el teniente Gamboa, los otros se deshacen, se acaban en la derrota, se deshacen, la vida los vence. Yo no he terminado de leer todavía “La casa verde”, que también es una descripción muy real, maravillosamente objetiva de los tremendos males de nuestro país, pero falta algo que había en nuestra generación: la fe en que esos males van a ser superados.

¿Por qué? Yo pienso en la cultura actual, no tienen las perspectivas que tuvimos nosotros, no hay modelos que sean igualmente aceptados por toda la juventud, el mundo está terriblemente dividido, los jóvenes están ante una perspectiva sumamente oscura. La izquierda no ha estado jamás tan dividida como ahora. Recibimos con terror las hazañas de la guardia roja china. ¿Qué es la Guardia roja china? Si yo no hubiera hecho la vida que he hecho quizá viviera en este momento atemorizado un poco. Pero los que no tuvieron la fortuna de llegar a los 20 años con una fe tan grande como a la que nosotros nos infundió, todo, todo, todo, todo el mundo, todas las fuerzas renovadoras estaban unidas en la esperanza, ahora están divididas”.


Sobre Ribeyro y Oswaldo Reynoso

“Entonces yo encuentro en las obras de Julio Ramón Ribeyro, que son también amargas y, en este otro testimonio atroz un poco, yo no sé cómo calificarlo, de la obra Oswaldo Reynoso, ¿qué nos ofrece Oswaldo Reynoso? Este escritor que se proclama marxista, leninista, ¿qué es lo que nos ofrece de Lima? Una porquería y el hombre no, el hombre peruano no es una porquería. Quizá en este momento sea cuando la juventud tiene más fe en este país. ¿Por qué? Porque nosotros nacimos en un país dividido, indios, mestizos o blancos o gente de tipo occidental divididos por vallas casi infranqueables. Jóvenes, esas barreras se están rompiendo, las hemos roto, yo he contribuido a romper esas vallas y entonces, el Perú está ante la posibilidad, ante la perspectiva de unir toda la tradición de 90 siglos que tenemos como país americano. Con los 100 o 200 siglos de cultura que nos viene de Europa y construir nosotros un pueblo, una originalidad. Con unas posibilidades de crear una sociedad poderosa y justa, pero estos testimonios literarios no han aparecido de la cabeza de estas gentes gratuitamente. Hay un estado como les digo, de incertidumbre, la juventud está frente a muchos caminos y no está en posibilidad de escoger ninguno de ellos con toda seguridad”.

Sobre el odio y la esperanza en el Perú

“Puedo estar equivocado, esa es la impresión que tengo y por eso las obras de la generación mía son obras que rigen, es un cuadro temible que se ofrece del Perú, pero al mismo tiempo cargado de fe, de una fuerza que promete construir, desarrollarse hasta alcanzar una sociedad no solamente justa, si no con una paz propia, con una voz que sea distinta de las voces de otros países. Bueno, yo creo que el secreto está en una idea muy precisa que se las quiero transmitir, que puedo estar equivocado: el odio, nosotros hemos vivido impulsados por el odio, pero sin amargura, sino con esperanza. La mezcla del odio y la esperanza han hecho caminar a la humanidad, pero el odio con la amargura crean la esterilidad, la destrucción que es suicidio y para terminar, esta canción que en forma poética resume este desordenado pero, al mismo tiempo, como les decía, confesional, confidencial conversación que he tenido con ustedes, uno de los personajes, hay una competencia de campo entre dos indios que están muy felices en “Todas las sangres” y uno le dice al otro: la sangre del gavilán he tomado y con él al viento fuerte que no  se acaba, justo parió. El otro le contesta: el gavilán vuela sin descanso Rendón Willka, si has bebido su sangre puedes ver dónde cae la noche, de donde brota el día. Esta gente no duda, sabe a dónde y yo sé a dónde voy”.

Arguedas denuncia que sufrió maltrato infantil

Yo tuve una infancia desventuradamente feliz, no pudo haber sido mejor ni pudo haber sido peor. Me golpearon duramente, pero al mismo tiempo recibí compensaciones, formas de dicha, de alegría, de contacto con el corazón humano como seguramente muy pocas gentes tuvieron la suerte de gozar. A mí me hacían dormir en la cocina, en otro sitio. Por otro lado, yo tenía 4 años entonces y a mí, las indias, los indios, vieron en mí una especie de semejante suyo en cuanto era una persona maltratada y menospreciada como ellos. Y entonces pude oír en quechua los cuentos que se contaban, las canciones que cantaban, toda la inmensa sabiduría que tienen, como no la puede tener un pueblo que tiene 90 siglos de vestigios de la inteligencia y de las manos como es nuestro pueblo peruano.

Quisiera contarles algunas anécdotas que les pueden dar una idea de lo que hubo de brutal y de tierno al mismo tiempo en la infancia. Un día mi hermanastro que era, él sí era un tipo malo, ¡ah! y tenía más caro de malo, tenía unas cejas muy pobladas, raras, unos ojos de expresión nunca clara, yo no sé cómo lo querían las mujeres, porque tenía muchas mujeres.

Ese señor me llevó una vez como su paje, era en realidad su paje, a visitar a una de sus amantes que tenía en una de las chacras, muchas que poseía en el distrito. Me dejó a cierta distancia, él iba en un caballo maravilloso que había comprado a cambio de 40 toros y creo que 100 carneros a un comerciante de Ica y a mí me hacía ir montado en un burro que se llamaba El Azulejo, creyendo que con eso me humillaba, sin sospechar que El Azulejo y yo éramos tan amigos, nos queríamos tanto que cuanto más tiempo estuviéramos juntos, éramos él y yo felices. No sé si él o yo éramos los más felices cuando estábamos juntos. Me dejó en el camino, luego de su encuentro con la amante regresó y me dijo dónde está el poncho de vicuña que estaba sobre la montura de mi caballo. Yo le dije no sé. No, me dijo, si aquí había un poncho de vicuña. Yo había avanzado un poco para darle alcance al sitio donde salió al camino. Levantó el rebenque para pegarme un latigazo, no se atrevió a hacerlo. Se fue a toda carrera en el formidable caballo. Yo me fui feliz en burro y llegué una hora, dos horas después a la casa.

Yo comía en la cocina y estaba comiendo un excelente plato de mote con un buen queso, muy feliz, rodeado de doña Cayetana, don Facundo, don José Delgado, estas gentes que han sido sirvientes de la hacienda. Hablaba principalmente el quechua, el castellano no hablaba bastante mal. En ese momento entra el individuo, a quien todavía no se le había pasado la cólera, entonces agarró el plato de mote y me lo tiró a la cara y me dijo “tú no vales ni lo que tragas”. Yo en ese momento, sin pensar, sin reflexionar, salí de la casa, atravesé un pequeño riachuelo que se llama Huaypamayo, fui al otro lado de la quebrada donde había un maizal.

Me tendí de boca en el maizal, lloré atrozmente, lloré como ustedes pueden imaginarse que puede llorar un niño sensible que ha recibió una ofensa tan brutal y le pedí a Dios que me recogiera, pero dios no me recogió, al contrario hizo que me durmiera y dormí hasta muy noche y mi hermanastro recibió un pequeño castigo porque creyó que yo me había fugado o me había pasado algo, descubrí que  estaban buscando por todas partes en la oscuridad, me desperté en la oscuridad, fui y en la cara de este hombre encontré un rasgo humano cuando me encontró, y hasta me dio con la mano en la cabeza. Luego otro pequeño detalle, aquí he apuntado algunos porque serían infinitos”.

“Yawar Fiesta” y “Todas las sangres”

En Todas las Sangres hay un personaje que es el más importante, que es Demetrio Rendón Willka. La historia de este personaje es, en gran parte, auténtica. Un indio apellidado Kokchi se atrevió a matricular a su hijo en la escuelita primaria que había en San Juan de Lucanas, donde yo he estudiado entonces las primeras letras. El indio grandazo, tenía unos 14, 15 años e iba a aprender las primeras letras. Vino muy bien equipado con su bolsita de tocuyo, especial para el pizarrín con su marquito de madera, como antiguamente se usaba, y otra bolsa para su mote y su cancha. Lo hostilizaron de tal manera los otros chicos. A este muchacho le habían hecho un mártir en la escuela, pero uno de ellos un día llegó al extremo de arrancarle la pizarra, tirarlo al suelo y destrozarlo con los pies, entonces el cholo no pudo más y le mandó un sopapo al sujeto, al chico, y lo bañó en sangre.

Al día siguiente, delante de todos los alumnos, hicieron cargar a este indio por un varayoc, le bajaron el pantalón y lo flagelaron y, después de flagelarlo, le dijeron que no volviera más. Este fue el primer indio que yo vi en una escuela de la sierra. Fíjense ustedes, cuánto ha cambiado nuestro país.

Diversos mundos

Por otro lado, en ese mundo en el que yo me movía se pensaba de las cosas de muy distinto modo del mundo al cual pertenecía mi padre y mi madrastra. Se creía ciegamente, se creía firmemente que había un picaflor que volaba y llegaba hasta el sol y que volvía, y que cuando volvía del sol, lucía más bellamente que antes de haber hecho el viaje.

Se creía que el río era un ser protector con el cual se podía conversar, al cual se le podían pedir cosas buenas.

Que la montaña también era un dios protector, que luchaban entre ellos, que los pájaros cantaban para Dios y no solamente para regocijarse ellos.

Que el allonjo era un mensajero de otro mundo, que la chiririnka siempre aparecía cuando el hombre, cuando alguien iba a morir. Todo este mundo, en el cual yo creí siempre, era bastante distinto al mundo en el cual se movía mi padre, mi madrastra. Pero este señor, del que les he contado algunos detalles no solamente era perverso con la gente indígena, también lo era con los señores del pueblo, porque este pueblo es un pueblo de antiguos señores empobrecidos.

Me acuerdo que un día este señor tenía las cejas especialmente horribles y vi al frente de su casa, al otro lado de la Plaza de Armas, a don Crisólogo de Viñada, y dijo voy a fregar a ese perro sin que me toque. Fue con fuete, don Crisólogo era lo que llamamos allá una especie de opa, un tonto, un poco tonto, y le dijo te voy a llevar a la casa y le empezó a dar de escobazos y a puntapié lo hizo atravesar toda la plaza, lo metió en la casa, él tenía llave de la casa sin ser autoridad, y lo colgó de la barra y el sujeto era sanguíneo y yo veía que la cara se le ponía morada. Lo tuvo colgado dos o tres horas, al cabo de las cuales vinieron los parientes del Viñada, que eran muchos, se provocó una pelea ya al anochecer, muy fuerte que terminó cuando, este medio pariente mío sacó su revólver y empezó a disparar. Antes en la sierra un disparo de revólver hacía volar a todo el mundo, ahora no ocurre lo mismo. Eso fue en el pequeño pueblo de San Juan de Lucanas.

Yawar Fiesta

Debo contarles otro detalle: las corridas de toros entonces se celebraban, era la forma fulminante de la celebración de las fiestas, se traía en la víspera cóndores y se les encerraba en la cárcel, pero primero se les hacía dar una vuelta por las calles, se les estiraba las alas, se les hacía dar una marcha y luego encostalados se les metía en la cárcel. Al día siguiente se amarraban cóndores por el lomo del toro para que picara al toro y lo enfureciera y los indios borrachos entraban a torear a esos toros enfurecidos, generalmente había dos o tres muertos y siempre se consideraba que cuantos más muertos había la corrida había sido mejor.

Luego hemos descubierto que esto tiene una vinculación con antiguos ritos. Pero esto que quiero relatarles es que los indios a veces entraban con dinamita contra esos toros y había un capeador famoso que se llamaba José Delgado, no Federico Delgado, y trajeron un toro que era del Himalata, sumamente bravo al cual casi la gente, incluso los borrachos no se atrevían a acercarse. Federico Delgado prendió un pedazo de dinamita muy chiquito, se acercó, calculó de tal manera que echó el dinamitazo bajo el pecho y el toro voló en pedazos en el aire con cuernos y todo. Yo tenía entonces unos 7 años.

¿Ustedes pueden imaginarse la impresión que esto causaba en los niños de esa edad? Yo lo que hacía cuando veía estos espectáculos tan descomunales era llorar sin consuelo y no sabía por qué, si por terror, por miedo, o simplemente por bondad, porque no tenía donde quien acercarme para que me consolara, para que me compensara de la impresión que causaban estas formas tan tremendas de la vida de nuestro país de entonces».

Los dioses Inkarrí, Wiracocha y Jesús.

Puquio era una gran población de indios en la que había solo unos cuantos señores, y en Puquio los indios eran propietarios de tierras y vivían con una seguridad en sí mismos muy grande. Después descubrimos que los indios de Puquio no creían en la religión católica, que para ellos el creador del mundo fue Incarrí, hijo del sol en una mujer salvaje, que a Incarrí le cortó la cabeza el rey español cuando llegó, pero que esa cabeza está en el Cusco, y que la cabeza hacia abajo se está reconstruyendo y cuando esté completamente reconstruida, saltará a la piedra y que él, Inkarrí, hará el juicio final.

Ellos creían que era un dios particular y cuando le preguntamos si ése era el primer dios ¿quién era entonces Jesucristo? Entonces don Mariano Garriazo, que era quien nos contó la historia del dios Inkarrí, se quitó el sombrero y dijo, muy respetuosamente, y con algún temor: nuestro Señor Jesucristo es el más grande de los dioses, pero él no se mete con nosotros”.

Los mistis y los indios

«El señor Jesucristo hizo la humanidad actual y la dividió en dos: en misti o sea señores que no debían trabajar y en indios que debían trabajar para los señores y ese Dios no va a morir nunca porque todos los años muere un día viernes y resucita un día sábado, pero Él al mismo tiempo  creó el cielo y el cielo es exactamente lo mismo que la tierra con la única diferencia de que los que fueron indios son señores en el cielo y hacen trabajar a patada limpia a los que en este mundo fueron señores.

Entonces hay en la convicción de los señores la creencia de que la división entre indios y señores es una división hecha por Dios, es de origen sagrado. Entonces hay una convicción que ahora, felizmente se está rompiendo».

Qara es el pelado, el que no tiene nada

«Yo tuve la fortuna de sentir todo el poder que la población indígena creía tener y tiene porque los indios llaman a los señores wiraquchas, pero también les llaman qaras y qara es el pelado, la palabra calato viene de qara, qara es el que no tiene nada; entonces hay un nombre, hay dos nombres enteramente contradictorios que los indios dan a los señores, cuando hablan con ellos les dicen wiraquchas con un sentimiento completamente simulado, pero cuando hablan entre ellos no hablan de los wiraqochas, sino de los qaras, de los pajio, de los que no tienen nada dentro porque son pura ambición, pura maldad y puro abuso.

Pero aquí en esta zona yo pude sentir las dos puestas en donde la cosa fue peor, fue cuando llegué a las haciendas de Apurímac, allí también tuve la desventura de ir a caer en manos de un pariente mío que era tan malo como el otro. Era un sujeto que tenía cuatro haciendas en el distrito de Huanipaca, puedo decir su nombre: don Manuel María Guillén, que era famoso en el Cusco porque no podía pasar delante de una iglesia sin arrodillarse y persignarse; sin embargo, no he visto, que yo recuerde, otro sujeto más indigno de ser católico que éste».

Una pistola a cambio de fiambre

«Yo fui a parar a sus haciendas porque mi padre estaba a quince días de camino y no teníamos noticia ninguna, y los padres nos echaban del internado, a mí y a mi hermano, y en dos días y medio de camino llegamos a la hacienda de este señor. Para el fiambre vendimos una pistola que habíamos conseguido de una manera muy rara, la cambiamos por chancaca, pan y una gaseosa. Llegamos y este señor nos recibió muy mal y nos mandó a los dos a una hacienda de caña que tenía, que era un verdadero infierno.

Nosotros pretendimos criar un perro y no pudimos porque las pulgas se comían al perro, el perro se pasaba toda la noche aullando porque estaba lleno de pulgas y no había manera de quitar las pulgas”.

Descansa en paz Jose María

Edición y compilación: Ricardo Cuya-Vera de ArteyCultura.TV

Auto biografía de José María Arguedas Altamirano